lunes, 2 de abril de 2007

Clementina Butler Arias





Clementina Butler Arias fue la esposa del Teniente General José María Marchesi Oleaga, nacida en 1830 y veintinueve años más joven que su marido, mi tatarabuelo, que fue uno de los poquísimos militares españoles que consiguió dos Cruces Laureadas de San Fernando durante la Primera Guerra Carlista, que se conceden al valor personal, por hazañas realmente asombrosas, aun en un país de valientes como España.

Juan Bautista Butler Keyser, el padre de Clementina y sus dos hermanos mayores, Eduardo y Juan, los confió al cargo de su amigo el entonces Coronel Marchesi hacia 1845, por causas aún inexplicadas. El Coronel Marchesi asumió el cuidado de los adolescentes y puso a Clementina en un colegio de monjas de La Coruña, donde recibió una buena educación.

Dos años después, como era viudo, le pidió casarse con él. La declaración fue así:

"Mocosa, ¿te quieres casar conmigo?"
"Como usted quiera, señor".

Él era ya General de Caballería, y acompañado con ella recibió el encargo de distintas Capitanías Generales, entre ellas la de Mallorca, donde nació su tercer hijo, Eduardo, y la de Puerto Rico.

Hombre sumamente recto, fue nombrado Senador y Ministro de la Guerra en el Gabinete de Alejandro Mon, de la Unión Liberal. Pese a las oportunidades que tal situación le deparaba en una época de favores, vivió toda su vida si más ingresos que los de su sueldo de militar.

Murió en 1879.

Ella debió de vivir, después de 1879, y de sus cuarenta y nueve años, suficientemente acomodada, pero con cierta estrechez, de la pensión que le correspondiera como viuda por la carrera militar de su marido. No tenía ninguna propiedad significativa y más bien algunos problemas económicos.

Sabemos exactamente cómo era, por un espléndido retrato aproximadamente de esa época, pintado por su hijo Francisco. Sentada muy recta, de medio lado, vestida de negro, vuelta hacia la derecha y mirando con cierto recelo hacia su lado derecho, con aire severo. Tiene la piel muy blanca, la cara algo rectangular, pero llena y suave, y el cabello negro. Sólo un largo lazo de seda azul adorna su vestido.
Tenía sin duda un carácter de armas tomar, como lo insinúa su expresión suspicaz y los labios finos y apretados y como lo demuestran sus peleas casi definitivas con su hermano Eduardo, hasta el punto de no hablarse y todo “por genialidades”, como decía un hijo suyo. Él la había insultado, según ella, que le reprochaba, en una carta a otra persona, “que hubiera tratado así a una señora, viuda además de un hombre que había hecho tanto por él”, señal de que su marido la había protegido no sólo a ella sino también a sus dos hermanos mayores.
Los problemas económicos, normales en una viuda que sólo contaba con su pensión, se adivinan en la cuestión del súbito interés que despertó en ella, a sus cincuenta y tres años, la cuestión de la herencia de los Butler, de la que ya se hablaba antes, pero de la que se volvió a hablar por entonces.



“Madrid 24 de Marzo [¿de 1883?]
“Mis muy queridos sobrinos Eduardo y María [Nota : él, hijo de su hermano Juan; ella, de su prima Amalia, por lo que el uno era sobrino carnal y la otra sobrina segunda, por parte de su madre; sobrinos los dos y además ahijados] : mucho gusto tube en leer vuestra carta, y saber lo contentos y felices que seguís, y tan encantados con la monísima Pilar, que ya será casi una mugercita, y andará y tendrá dientecitos: que Dios os la conserve para vuestra dicha.
“Voy ahora a haceros un encargo que también se lo hago a Juanito, pª que me hagais el favor de cumplirlo: es el caso que deseo que esteis con cuidado pª cuando llegue el Vapor correo de Manila, San Ignacio de Loyola, que el domingo salio ya de Adem, pª Porsait [Port Said], y que por consiguiente llegará a esa [Barcelona] del 2 al 4 de Abril: en el vienen los de Baron con sus gemelas, y en su ultima carta me dicen cuanto se alegrarian verlos a Vs, y conocer a Pilar; pero que como no recordaban las señas de la casa de Vs que no podrían avisarlos, y como tampoco saben, a que fonda irán ellos, que como no fuera sabiendo Vs cuando llegaban, que no sería facil que se viesen Vs; no precisan detenerse en esa mas que el tiempo preciso, y yo me alegraría que algun de Vs, fuese a su llegada pª verlos, y entregarles la carta adjunta, pª que sepan de mi y que sepan que los espero aquí.
“Ya sabreis que la cuestión de la herencia se agita nuevamente y como ya está aclarada la rama nuestra, y hasta se ha encontrado el testamento de Dn Tomas Butler que es es el 1º que vino a España, pensamos aclarar de una vez si tenemos o no derecho, pues ya se ha averiguado que hay una orden en Inglaterra, pª la devolución de los bienes a los Butler, y ya es casi cuestión de conciencia el no dejar esto así, porque nuestro arbol genealógico es magnifico, y por algo lo han sacado tan extenso, pues empieza el año 1.066, y termina en 1.733: la cuestión será gastarnos unos 1.000 rs entre los tres, que despues de todo no es nada, y ya vale la pena aclararlo: (Ilegible) vamos a tener castillos en Irlanda.
“Os dejo pª poner dos letras a Amalia y Manuela. Eduardo [su hijo] y Rita siguen en Alicante, el primero mejorando mucho a Dios y a la Virgen, pues aquí estaba fatal, y yo he pasado muy malos ratos.
“Dar un buen estrujón a la monísima Pilar, y ya sabeis cuanto os quiere y desea siempre vuestra felicidad vuestra tia y madrina
“Clementina
“Mi muy querida Amalia [su prima y consuegra]: no sabes tu que malos ratos he pasado con el tenaz catarro de mi Eduardo (IV), y gracias mil al Señor estamos muy contentos con la marcha a Alicante que le prueva muy bien y ya se le va quitando la tos. Pidele a Dios y a la Virgen que se ponga bueno del todo, tu que tan buena eres, y que sabes cuanto se quiere a los hijos: Celebro infinito que tan monisima se crie Pilar, abrazala en mi nombre y ya sabes lo mucho que te quiere tu prima que te abraza
“Clementina
“Que no seas perezosa”.



Muestra de que tuvo una buena educación, en el colegio de La Coruña donde la puso su futuro marido, fue que escribía con letra muy picuda, grande y fuerte y con poquísimas faltas de ortografía.

(La casa de la Calle Montera)

Nombrado el General Marchesi Jefe de las Reales Caballerizas y de la Real Armería, en 1844, al casarse siguieron viviendo mucho tiempo en el Palacio Real, en un apartamento o pabellón del que no tengo más detalles de momento. Eso confirmaría la antigua familiaridad del General Marchesi con la Reina Madre y la Reina Isabel II, y daría base física a una convivencia cercana con la Familia Real, en condición de familia verdaderamente cortesana.

Su hijo Francisco fue apadrinado en su bautizo por la Reina Isabel II y el Rey Consorte Francisco de Asís, que le dio verosímilmente el nombre.

Luego pasaron a una casa de la Calle Montera, 55, alquilada a la familia Modet, una de cuyas hijas era amiga casualmente de Marali y Carmen Marchesi, que recuerdan haber subido a una de las buhardillas, habilitada como vivienda para ella, bastante buena como casa-buhardilla. Sólo recuerda aparte de eso que las escaleras eran crujientes, de madera, como las de las casas antiguas de clase media o alta de Madrid. Concepción Muñoz Torralbo, viuda de Eduardo Cabrera Marchesi, fue a ver la casa en los años sesenta, y le sorprendió su aspecto muy modesto, inapropiado en principio para el Viejo General, Senador y Ministro. Una casa de tres plantas, balcones, y unas buhardillas en lo alto.

Pero recuerdo su insistencia en vivir sólo de su sueldo. Seguramente, aunque fuera de Teniente General, al dejar el Palacio, no le llegaría para demasiados lujos y posiblemente alquiló la casa entera. A mis instancias, la Marquesa de Villaseca recuerda una puerta sencilla, como de dos hojas.

Algunos rasgos de la casa se pueden adivinar, por otras de la época y de otros, como algunos de los muebles, hay datos fidedignos.

En la planta principal, los techos serían altos, de unos cuatro metros. La casa parecería mejor por dentro que por fuera.

En la entrada, no muy lujosa, estaría la bota vieja de madera negra que es tradicional en las casas irlandesas y que ha llegado hasta nosotros, supongo que desde Thomas Butler y desde Irlanda.

Habría un salón, al menos, un comedor y un gabinete. En las paredes del salón estarían, entre otros cuadros, las grandes copias de la Virgen del Rosario, de Murillo, y de un San Pablo, hechas en el Prado por su hijo Francisco, de casi tres metros de alto por dos de ancho, que luego tuvo su nieta Clementina en las escaleras de Granada.

También estarían el gran retrato ovalado de Juana de Keyser, en tintes rojizos y negros, que le hizo Reynolds, y que Clementina Butler heredaría de su padre, Juan Bautista Butler Keyser y, haciendo juego con él, el propio retrato de Clementina Butler, ya viuda, en tonos azules y negros, que le pintó su hijo Francisco Marchesi. La frivolidad de la Corte dieciochesca de Londres frente a la severidad de la Corte de la Restauración española, presidida por Doña María Cristina de Habsburgo.

En el salón estaría también el sillón que en la familia se ha seguido llamando de Castelar, porque se sentaba en él el que llegó a ser Presidente del Consejo cada vez que visitaba la casa. Es un sillón español, barnizado de negro, labrado, con asiento de madera y respaldo limitado a un travesaño también labrado; un “echavisitas”, muy incómodo, en el que su ocupante tendría que estar muy derecho y que yo supongo que se ablandaría con algún almohadón de damasco, de los que tenían cordones de seda en las esquinas para atarlos al mueble.

La vida familiar debía de hacerse en un gabinete del que se ve uno de los ángulos en el retrato de Clementina Butler, con grandes cortinones oscuros, quizá verdosos. En él parece que había un escritorio, donde se sentaba ella y parece el lugar adecuado para que estuviera el grabado de Fernando VII realizado muy realistamente sobre una pintura de Luis Marchesi, el padre del General, que lo había tratado en persona, y que José María guardaría por amor filial.

También estaría allí, o quizá en el salón, sobre una cómoda, un reloj de sonería engastado en ónix negro, hecho en París, según consta en su esfera, con una sola pesa y campanas doradas ocultas tras una portezuela posterior.

En cambio, a juzgar por el cuadro de Francisco Marchesi, estaría fuera del gabinete, quizás en un pasillo, la pareja de grabados que representan un “château” francés y “La juventud de Florián”.